El 16 de noviembre de 1997 es una fecha inolvidable en la historia del fútbol chileno. Después de 16 años de angustias, lágrimas y espera, La Roja volvió a clasificar a un Mundial, y el gran artífice, además de una tremenda generación de jugadores, fue don Nelson Acosta, figura querida que lamentablemente nos dejó este XXXXXX, quien decidió escribir su nombre con letras de oro y dejar un legado el deporte de nuestro país.
En ese día, Chile le ganó 3-0 a Bolivia y la euforia fue total en el Estadio Nacional. La catarsis fue colectiva. España 1982 había sido el último mundial y después una generación solo supo de amarguras: No se clasificó a México 1986 y el “maracanazo” de Roberto “Condor” Rojas en la ruta a Italia 1990 nos dejó castigados, sin cita planetaria tanto en Europa como para Estados Unidos 1994. Por eso, la victoria ante los altiplánicos y la conquista del cupo al Mundial de Francia provocó la celebración de todo un país, y todo gracias a la gestión de don Nelson, en esa época más conocido como el “Pelao” Acosta.

Sus inicios en Uruguay y un arribo a Chile para quedarse
Nelson Bonifacio Acosta López nació el 12 de junio de 1944 en Estación Francia, Uruguay, un barrio humilde a 300 kilómetros de Montevideo. De pequeño destacó por su capacidad de gestión y se encargaba de organizar los partidos. Su pasión por el fútbol lo llevó a probarse a Nacional, pero le ofrecieron poca plata y decidió no quedarse. Recién debutó en el profesionalismo en Huracán Buceo, y en 1972 llegó a Peñarol, donde se convirtió en figura, ganando tres títulos en cinco temporadas.

En 1977 viajó a Chile, país donde desarrolló el resto de su carrera profesional y donde dejó una huella imborrable. Sus equipos fueron Everton, O’Higgins, Lota Schwager y Fernández Vial, club en donde se convirtió en ídolo.

Una vez finalizada su carrera como futbolista profesional, dio el paso como entrenador y asumió en el “almirante”. Dirigió al conjunto penquista por cuatro años y su mayor logro fue llegar a la final de la Copa Chile en 1986, perdiendo ante Cobreloa.

Tras su paso por Fernández Vial, Acosta dio el salto y entrenó a O’Higgins de Rancagua entre 1988 y 1991, aunque fue en Unión Española donde ganó mayor estatus como entrenador en el fútbol chileno.

En 1992 tuvo un gran rendimiento con los rojos de Independencia y emprendió una aventura en el fútbol mexicano, en Cruz Azul. Sin embargo, su paso en tierras aztecas fue corto y regresó ese mismo año para retomar las riendas de la Unión.
Con los hispanos, en una generación que contó con figuras como Juan Carreño, Pablo Galdames, Rodrigo “Pony” Ruiz, Mario Salas y José Luis Sierra, y además con un vistoso juego de toque, ganó dos Copa Chile en 1992 y 1993, y también llegó a cuartos de final de la Copa Libertadores.
La selección chilena y el regreso al Mundial
Acosta siguió al mando de Unión Española hasta 1996, antes de asumir el mayor desafío de su carrera: la selección de Chile.
La Roja, que había estado ausente del proceso rumbo a Estados Unidos, volvía a la competencia por un cupo mundialista y en un nuevo formato de eliminatorias “todos contra todos”. El encargado de asumir la responsabilidad fue el vasco Xavier Azkargorta, quien había logrado la hazaña de llevar a Bolivia a su único mundial en tierras norteamericanas en 1994.
No obstante, el proceso del español fue un fracaso. Chile empató con la débil Venezuela y la ANFP decidió sacarlo (“muerto el perro, muere la rabia”). En su reemplazo llegó Acosta, con el antecedente del buen juego y su larga trayectoria de casi 20 años en nuestro país. Y su debut fue glorioso, con un 4-1 sobre una temible selección ecuatoriana, en una lluviosa noche santiaguina.
Con Acosta, La Roja logró encontrar un equipo en donde los grandes referentes fueron Marcelo Salas e Iván Zamorano. La temible dupla “Za-Sa” hizo delirar a los hinchas y con sus goles logró el sueño de llegar al Mundial de Francia 1998, con Chile en el cuarto lugar con 25 puntos, pero el país con más goles a favor, 32.
En la cita planetaria, La Roja tuvo un buen rendimiento, pero no pudo celebrar. El estreno ante Italia fue arruinado por el arbitraje del fallecido Lucien Bouchardeau.
Chile dominó al equipo de Roberto Baggio y Paolo Maldini, pero un penal mal cobrado a Ronald Fuentes permitió que la “azzurra” se salvara de la derrota con un 2-2.
El segundo partido, ante Austria, Chile nuevamente fue superior, pero un lamentable gol de último minuto nos dejó sin triunfo y con otro empate, 1-1.
El tercer duelo de la fase grupal resultó decisivo, ante Camerún. El partido, recordado por el golazo de tiro libre de José Luis Sierra, también terminó igualado (1-1), pero ese resultado bastó para lograr la proeza de clasificar a octavos de final y superar esa primera fase, un hito que no se conseguía desde el Mundial en que Chile fue anfitrión, en 1962.
En octavos de final, sin embargo, la odisea de La Roja terminó. Chile enfrentó a Brasil, campeón defensor, que tenía en sus filas al “Fenómeno” Ronaldo, en ese entonces el mejor jugador del mundo. El partido terminó 4-1, y aunque la derrota fue triste, el balance general fue positivo, considerando esos 16 años de ausencia en Mundiales.
Su proceso continuó y logró nuevas marcas: Terminó cuarto en la Copa América de 1999 y en el año 2000, ganó una histórica medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Sidney junto a un seleccionado sub 23, que tenía a jóvenes como David Pizarro, Sebastián González, Rodrigo Tello y Reinaldo Navia, entre otros, tres referentes de La Roja Adulta: Pedro Reyes, Nelson Tapia y el capitán Zamorano.
Pese a este logro, el proceso se desgastó y fue despedido por los malos resultados en las eliminatorias rumbo al Mundial de Japón y Corea 2002.
Gloria en Cobreloa y un irregular regreso a La Roja
En 2003, tomó las riendas de Cobreloa y conquistó el título, 11 años después del último que habían levantado los loínos. Y lo hizo en una historiada final del Apertura contra Colo Colo, que quedó marcada por el controversial retiro de uno los emblemas de la selección que dirigió Acosta, Iván Zamorano.
En el Clausura 2003, hizo historia al levantar el primer bicampeonato de los zorros del desierto, ganando esta vez la final a Colo Colo en el propio Estadio Monumental.
Además, en ese mismo año, llegó hasta cuartos de final de la Copa Libertadores, quedando eliminado con Boca Juniors, futuro campeón. Su éxito lo llevó a dirigir Bolivia, pero nuevamente los malos resultados (un triunfo y cuatro derrotas) lo llevaron a regresar rápidamente a su zona de confort en Calama y volvió a ganar el título con Cobreloa en el Clausura 2004, venciendo a su exequipo, Unión Española.
En ese mismo club también vivió un momento que pasaría a la historia, ya que hizo debutar a un joven con 16 años en el primer equipo. Su nombre era Alexis Sánchez, hoy bicampeón de América y máximo goleador histórico de La Roja.
En 2005, nuevamente asumió la selección, tras el fracaso de Juvenal Olmos rumbo a las Clasificatorias para el Mundial de Alemania 2006, pero en esta ocasión no tuvo el apoyo de la hinchada, que no le gustaba su estilo conservador y defensivo.

Su única competencia fue la Copa América de 2007, que terminó en escándalo, debido al 6-1 sufrido ante Brasil y el polémico “puertordazo“, incidente en donde los jugadores de La Roja se embriagaron y agredieron a empleados del hotel de concentración en Puerto Ordaz.
El fútbol da revanchas: El título con Everton y el reconocimiento a su legado
Pese a su triste salida de La Roja, Acosta pudo contar con una nueva revancha en el fútbol chileno. Tomó el mando en Everton de Viña del Mar y salió campeón en 2008, ganándole otra final a Colo Colo.
En 2011 nuevamente fue finalista, esta vez con Cobreloa, y aunque no pudo ganar el título, los pudo llevar a la Copa Sudamericana de 2012.
Finalmente, empezó el declive. En 2012, con 68 años, Acosta intentó probar éxito en Deportivo Quito en Ecuador, pero los malos resultados lo trajeron de vuelta a Chile. En 2014 trató otra vez en Everton, pero también falló; y el último equipo que dirigió fue Deportes Iquique, sin poder repetir los éxitos de antaño, en 2015.

En 2016 fue anunciado como director deportivo honorario de Fernández Vial, aunque siempre estuvo a la espera de tener otra oportunidad de sentarse en alguna banca del fútbol chileno.

Lamentablemente, en 2017 ocurrió su retiro definitivo, tras ser diagnosticado con el mal de Alzheimer. Se refugió en su fundo en San Vicente de Tagua-Tagua, siendo cuidado por su familia, hasta el final de sus días.
En redes sociales, los hinchas manifestaron su cariño cada vez que su nombre surgió en encuestas y discusiones, porque, más allá de las controversias o el estilo de juego que lideró, su figura fue uno de los grandes emblemas de los éxitos que tuvo el fútbol chileno en el final del Siglo XX.